Por Redacción:
Ciudad de México, martes 23 de septiembre de 2025. El ruido comenzó en el pasillo de llegadas del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México: un grupo de reporteros rodeó a Susana Zabaleta y, en vez de lanzar preguntas, coreó “¡prensa digna!” y la despidió entre abucheos. La actriz y cantante respondió levantando el puño y más tarde, ya en sus redes, calificó lo ocurrido como misoginia, aludiendo a que se le hacía responsable a ella por polémicas vinculadas a su pareja, el comediante Ricardo Pérez. La escena circuló en videos y noticieros de espectáculos la tarde del lunes; por la noche y esta mañana, portales y programas confirmaron el episodio y reprodujeron la queja de la intérprete.
“Eso es misoginia”, dijo Zabaleta en clips difundidos después del aterrizaje, donde sostiene que la responsabilizan por “lo que hizo él” y cuestiona que el reclamo se le dirija a la mujer y no al hombre involucrado. Sus mensajes se compartieron en Instagram y fueron retomados por medios que anclaron la frase “echarle la culpa a una mujer” a su descargo público. En paralelo, videos cortos en YouTube y portales de espectáculos documentaron el coro de “prensa digna” y los abucheos en el AICM.
El trasfondo inmediato se remonta a la disputa entre parte de la fuente de espectáculos y La Cotorrisa, el pódcast donde Pérez y Slobotzky publicaron hace días una parodia de programas del gremio, luego de un altercado reciente en el aeropuerto en el que Zabaleta tropezó entre empujones y Pérez responsabilizó a reporteros. La sátira encendió respuestas en TV —Ventaneando, De Primera Mano, entre otros— y terminó por personalizar en Zabaleta el enojo de varias redacciones, pese a que la pieza humorística no fue de ella. Ayer, el “plantón” con abucheos pareció sellar ese giro: el reclamo al hombre derivó en escarnio hacia la mujer con la que está relacionado.
Durante el encontronazo en el AICM, algunos reporteros no formularon preguntas y se limitaron a la consigna; otros intentaron interpelarla por la parodia y por versiones de infidelidad que habían sido aireadas en programas, pero la actriz —que se detuvo brevemente con fans— se marchó entre chiflidos. El Universal, El Imparcial, Telemundo y Diario de México reportaron la gresca con horas de diferencia, mientras Infobae condensó la postura de Zabaleta en la idea de que resulta misógino “culpar a una mujer” por acciones de su pareja. En redes sociales, el episodio partió a la audiencia entre quienes aplauden el “jalón de orejas” a figuras públicas y quienes ven un linchamiento simbólico que repite patrones contra mujeres del medio.
En el terreno de los hechos, lo comprobable es esto: hubo abucheos y el coro de “prensa digna” en la llegada de Zabaleta a la CDMX; la actriz respondió en Instagram denunciando misoginia; y medios de alcance nacional verificaron el episodio con video. Lo que resta en disputa es si la protesta fue un acto gremial legítimo frente a agravios previos o un escarmiento que, por sesgo de género, desplaza el foco del creador de la parodia hacia su pareja. La discusión se alimenta, además, de clips virales en los que Pérez y Slobotzky recalientan el tema (“fue hermoso verlos rabiar”, dijeron con sorna al referirse a la prensa) y de emisiones de espectáculos que suben el tono a la confronta.
Más allá del show, el episodio deja una pregunta útil para el ecosistema de entretenimiento: ¿cómo cubrir los roces entre prensa y talento sin replicar inercias misóginas? Que Zabaleta —en lugar del autor del sketch— se volviera blanco principal del abucheo habla de asimetrías que ya han sido señaladas por organizaciones y redacciones cuando el enfado se traduce en descalificación de género; lo mismo aplica del otro lado: cuando comediantes convierten a periodistas —mujeres y hombres— en objeto de escarnio sin reparar en sus propias responsabilidades. La crítica es bienvenida; la humillación, de ida y vuelta, es un atajo que no mejora la conversación pública. Por ahora, la cronología y los videos bastan para afirmar que la llama está encendida y que el caso difícilmente se apagará sin una tregua mínima de respeto —a la que ambos lados, si son consistentes con sus discursos, deberían aspirar.
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